Desentrañar el complejo industrial animal de Chile: Pesca y acuicultura
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Cuando se trata de transformar nuestros sistemas alimentarios desde una perspectiva ética, es importante comprender cómo funciona la industria alimentaria trazando un mapa de su tamaño, su impacto y los actores e instituciones implicados. Esto incluye el reconocimiento de las raíces culturales de los alimentos, incluida la producción cultural, las tradiciones y las pautas de consumo.
En Chile, como en muchas otras partes del mundo, los animales destinados a la alimentación están sometidos a lo que se denomina “complejo industrial animal”, es decir, una explotación institucionalizada y sistemática que la sociedad considera normal. En esta serie de blogs de dos partes, desvelaré las operaciones de las mayores industrias de explotación animal en Chile durante los últimos 20 años (entre 2002 y 2022), empezando por la industria pesquera y luego, en la segunda parte, con la industria ganadera.
La ley y el mar
Para comprender cómo funciona la industria pesquera en Chile, es importante analizar la influencia de la ley, que favorece los intereses económicos y la explotación de los océanos.
La pesca en Chile tiene vínculos históricos con su geografía, sus tradiciones culturales y su política. El litoral nacional se extiende unos 4270 kilómetros, lo que lo convierte en una de las costas más largas del mundo con acceso privilegiado al océano Pacífico. En la década de 1980, bajo la dictadura de Augusto Pinochet, se aprobó una ley nacional que otorgaba a Chile derechos soberanos exclusivos sobre la plataforma continental chilena para conservar, explorar o explotar sus recursos naturales.
Así, el Estado se afirma como soberano (aunque obligado por el derecho internacional en las circunstancias necesarias), con autoridad para llevar a cabo filantropía ecológica (en el mejor de los casos), investigación científica e instrumentalización de la vida acuática con fines lucrativos, todo ello bajo la categoría de “recursos naturales”. A su vez, llamar “recursos naturales” a todas las plantas y animales acuáticos permite tratarlos con indiferencia social y moral.
Hacia 1989, en la cúspide del retorno de Chile a la democracia, se promulgó la Ley General de Pesca y Acuicultura (Ley N.º 18.892), que constituye la base de toda la normativa que regula la actividad económica. Pero, para entender mejor los últimos 10 años de la pesca en Chile, es necesario mencionar la Ley de Pesca de 2013 (Ley N.º 20657), la más reciente, técnica y controvertida.
En primer lugar, cabe señalar que esta ley se promovió durante episodios de soborno y corrupción en los que se vio implicada la élite política nacional, incluido al menos un político que posteriormente fue encarcelado por corrupción, así como tres importantes actores del sector pesquero que se beneficiaron de ella: la Corporación Pesquera del Norte (CORPESCA), la Asociación de Industriales Pesqueros (ASIPES) y la empresa FRIOSUR. Por ejemplo, la ley tenía secciones estratégicamente redactadas que limitaban la pesca artesanal y especificaban que las licencias de pesca tendrían una duración de 20 años, con posibilidad de renovación indefinida. Esto repercutiría en la vida marina y agravaría las tensiones políticas y económicas, ya que seguía favoreciendo a la élite empresarial y a sus barcos industriales.
La ley de 2013 reafirma la soberanía de Chile al tiempo que moderniza el lenguaje utilizado en la ley anterior. En lugar de “recursos naturales”, la ley habla del derecho de Chile a regular “los recursos hidrobiológicos y sus ecosistemas” en las zonas náuticas designadas. Inicialmente, la ley parece centrarse en la sostenibilidad. Sin embargo, también va acompañada de un extenso artículo sobre cuotas de capturas, que concede licencias temporales de pesca por un periodo de 20 años.
Por lo tanto, a pesar de aspirar a la sostenibilidad mediante la precaución y un enfoque basado en los ecosistemas, la ley garantizaba la explotación por parte del sector privado durante dos décadas, con posibilidad de renovación. Al día de hoy, en la práctica, la ley favorece la identificación de pesquerías ricas en “recursos hidrobiológicos” y su posterior explotación por parte de actores privados con los recursos y la tecnología para hacerlo, dando lugar a la concentración económica dentro del sector pesquero industrial.
Este sector está dominado por las llamadas “7 familias” que son “dueños del mar chileno” a través de grupos económicos con importantes participaciones. Entre estas familias se encuentran Angelini y Lecaros vinculados a CORPESCA S.A. y Orizon S.A., Yaconi-Santa Cruz y Sarquis vinculados a Blumar S.A., Fernández y Stengel vinculados a Camanchaca S.A., e Izquierdo vinculado a Invermar S.A.
En Chile, hay una frase común que dice: “Hecha la ley, hecha la trampa”.
Matriz productiva de la pesca y la acuicultura
La administración de la pesca chilena depende del Ministerio de Economía, Fomento y Turismo, a través de la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura, el Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura y el Instituto Nacional de Desarrollo Sustentable de la Pesca Artesanal y de la Acuicultura de Pequeña Escala. Estas organizaciones supervisan los “recursos hidrobiológicos” del país.
A continuación, detallaré algunos aspectos clave de los tres subsectores pesqueros (pesca artesanal, pesca industrial y acuicultura) centrados en la mano de obra, el desembarque de toneladas y las principales líneas de procesamiento.
Entender la mano de obra
La pesca artesanal consiste en pescar, recolectar recursos costeros, bucear e incluso practicar la acuicultura a pequeña escala en “zonas de gestión” designadas y concedidas al sector artesanal. Para ejercer esta actividad económica, los particulares deben estar inscritos en el Registro de Pesca Artesanal (RPA), que incluye el Registro de Organizaciones Artesanales (ROA).
En la tabla siguiente se desglosa la distribución del mercado laboral artesanal en 2022, desglosado por macrozonas:
La pesca industrial está compuesta por buques tecnológicos de 18 metros o más, propiedad de personas físicas y jurídicas que deben inscribirse en el Registro de Pesca Industrial (RPI). La Subsecretaría de Pesca y Acuicultura destaca la Asociación de Industriales Pesqueros del Norte (ASIPNOR), la Federación de Industriales Pesqueros del Sur Austral (FIPES), la Asociación de Industriales Pesqueros (ASIPES) y la Sociedad Nacional de Pesca (SONAPESCA) como las principales asociaciones de industriales pesqueros de Chile. En la siguiente tabla se desglosa el total de inscripciones en el Registro Pesquero Industrial (RPI) en 2022:
Como muestra la tabla 2, el sector empresarial representa el 78 % del sector de la pesca industrial en términos de registros.
Por último, los operadores de acuicultura autorizados inscritos en el Registro Nacional de Acuicultura (RNA). De un total de 3295 concesiones, 2156 se concentran en la macrozona sur. Además, 2258 concesiones se otorgan a empresas u otras formas de entidades jurídicas, mientras que 1037 pertenecen a particulares. Como se indica en la tabla 3, en 2022 había 10 719 trabajadores registrados (80 % hombres y 20 % mujeres), de los cuales el 30 % eran trabajadores temporales.
Una vez examinados los tres subsectores, podemos empezar a comprender cómo la mano de obra humana es un factor crucial para sus beneficios. Por desgracia, la población humana trabajadora también es tratada como un recurso en el complejo de explotación animal, lo que significa que las industrias de explotación animal también explotan a la mano de obra humana para servir a sus intereses.
Tonelaje desembarcado
Por “tonelaje desembarcado” se entiende el peso total de las capturas marinas desembarcadas en un lugar determinado. Entre 2002 y 2022, se desembarcaron 89 362 659 toneladas totales, incluidas 8 374 091 toneladas de algas y 80 988 568 toneladas de organismos marinos (70 235 661 toneladas de pescado y 9 287 854 toneladas de moluscos). He incluido las algas porque son un producto importante de la industria pesquera, que se consume directa o indirectamente a través de productos cosméticos, gastronómicos, farmacéuticos y de otro tipo. Además, las algas forman parte del bosque marino/subacuático, y su extracción afecta al resto del ecosistema.
La figura 1 muestra la progresión de las toneladas anuales desembarcadas a lo largo de 20 años, desglosadas por especies. El gráfico permite observar el pico de desembarques de pescado en 2004, cuando se capturaron 5 176 071 toneladas. A partir de ahí, se produjo un lento descenso hasta alcanzar su punto más bajo en 2016, con “solo” 1 928 598 toneladas, para luego aumentar gradualmente hasta las 3 096 605 toneladas registradas en 2022.
Las cifras registradas entre 2002 y 2008 no podrán volver a alcanzarse. El descenso se asoció a mayores restricciones en la pesca debido a la sobreexplotación y al temor a la extinción de ciertas especies. Sin embargo, por muy optimistas que sean el Estado y la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura, las pruebas indican que, para 2022, el 14 % de las pesquerías marinas se consideran subexplotadas, el 28,5 % están en plena explotación y el 57 % ya están sobreexplotadas o colapsadas.
De la figura 1 también se desprende que, a medida que la captura y el desembarque de pescado disminuyen con los años, la captura y el desembarque de moluscos y crustáceos crecen. En 2022, el volumen total alcanzó los 4,2 millones de toneladas de multiespecíficos, cifra aún lejana de los 6 millones de toneladas de multiespecíficos registrados en el pico de 2004.
Es esencial señalar que la pesca artesanal y la acuicultura en los sectores de peces y moluscos contribuyen significativamente a las capturas mundiales en toneladas. Sin embargo, la pesca industrial ha experimentado un descenso de las toneladas capturadas en los últimos años debido al colapso y la sobreexplotación de los ecosistemas pesqueros. También existen “prohibiciones” impuestas por los gobiernos para dar a las especies marinas, consideradas recursos, tiempo suficiente para sus ciclos reproductivos.
Principales especies desembarcadas
Las tablas 4 y 5 muestran la proporción total de las especies de peces y moluscos más desembarcadas a lo largo de 20 años. Muestran, por ejemplo, una disminución del número de anchoas desembarcadas, lo que significa que estamos asistiendo a su desaparición debido a la explotación. Sin embargo, también hay que tener en cuenta que la anchoa se utiliza para la fabricación de harina de pescado, cuya producción ha disminuido a lo largo de los años.
Esto contrasta con el aumento del tonelaje de salmón del Atlántico desembarcado, especie que forma parte de la industria acuícola de exportación. De hecho, los productos del sector extractivo (artesanal e industrial) alcanzaron una media de 2,40 USD por kilogramo en 2022, mientras que en el sector de la acuicultura, la media fue de 7,90 USD por kilogramo.
Esto nos da una idea clara del valor del mercado y del prolífico crecimiento de la producción acuícola. Se calcula que en 2022 los subsectores artesanal e industrial ingresaron 1623 millones de dólares por un volumen total de 693,7 mil toneladas, mientras que el sector de la acuicultura alcanzó los 7174 millones de dólares asociados a 910,9 mil toneladas.
Mientras que la anchoa (27,97 %) y el jurel (22,16 %) fueron las especies más desembarcadas a lo largo de 20 años, las capturas de ambas especies se redujeron a la mitad entre 2002 y 2022. Por su parte, el salmón del Atlántico (14,12 %) casi ha triplicado su tonelaje entre 2002 y 2022, mientras que la sardina común (13,52 %) mantuvo cifras relativamente constantes, salvo el importante pico de 2012 que la acercó al millón de toneladas anuales.
En cuanto a los moluscos, los mejillones (55,5 %) y las sepias (29,5 %) fueron los más desembarcados en los puertos chilenos durante 20 años, marginando la captura y desembarque de otras especies de moluscos. Los desembarques de mejillones se multiplicaron por diez en un periodo de 20 años en comparación con 2002, mientras que los de sepia se multiplicaron por diecisiete. Cabe señalar que el desembarco de mejillones ha aumentado considerablemente debido al cultivo masivo de mejillones en instalaciones acuícolas nacionales.
Tonelaje total desembarcado por subsector
La tabla 6 y la figura 2 muestran un análisis comparativo quinquenal de los tres subsectores que componen la industria pesquera nacional. Está claro que la pesca artesanal desempeña un papel crucial al extraer la mayor cantidad total de toneladas de múltiples especies, superando las 1 700 000 toneladas tanto en 2012 como en 2022. Al mismo tiempo, la pesca industrial ha visto disminuir sus desembarques a lo largo de los años. En 2012, comunicaron una captura de 1 210 003 toneladas de múltiples especies, y en 2017 y 2022, la cifra rondaba las 850 000 toneladas.
Desgraciadamente, esta reducción de la extracción industrial se ve “compensada” por la explotación procedente de las instalaciones de acuicultura, que alcanzan cifras cada vez más elevadas, acercándose a los niveles de la pesca artesanal. Se puede observar que entre 2012 y 2017, hubo un aumento del 10 % en el tonelaje, mientras que entre 2017 y 2022, el aumento fue del 25 %.
Producción total 2002 a 2022
Además de capturar animales marinos, la industria pesquera también es responsable de crear “productos” a partir de “materias primas”. En otras palabras, cada cuerpo vegetal y animal desembarcado va a parar a industrias de procesamiento que lo transforman en función de diversos mercados. En Chile, existen 14 líneas de producción: fresco refrigerado, congelado, surimi, salado seco, salado húmedo, ahumado, enlatado, harina de pescado, aceite, agar-agar, algas secas, deshidratado, alginato, carragenina y colágeno.
Durante 20 años, hubo cuatro grandes líneas de procesamiento de animales marinos. Como se observa en la tabla 7, entre 2002 y 2022, la industria más prolífica en términos de toneladas de producción fue la industria de harina de pescado, seguida de la industria de productos congelados, la industria de productos refrigerados y la industria de productos enlatados. Además, la tabla 7 muestra que los peces fueron las especies más utilizadas en los cuatro tipos de producción.
Otros aspectos destacados del sector de la transformación son los siguientes:
- La industria de productos enlatados alcanzó casi 300 000 toneladas en 2002. Después, entre 2003 y 2009, se mantuvo en 100 000 toneladas antes de descender a un nivel de producción equivalente a menos de 50 000 toneladas durante 12 años, entre 2010 y 2022.
- Entre 2002 y 2008, la fabricación de productos frescos refrigerados aumentó de unas 100 000 toneladas a aproximadamente 250 000 toneladas. Alcanzó su punto álgido en 2017, superando las 700 000 toneladas de producción. Después se produjo un descenso, y las cifras de producción se mantuvieron en torno a las 600 000 toneladas hasta 2022.
- La fabricación de productos congelados, a pesar de las fluctuaciones, se ha mantenido relativamente constante. Sin embargo, desde 2011 se ha producido un aumento de la producción, que ronda las 600 000 toneladas. En 2022, la producción superó las 800 000 toneladas.
- Por último, la producción de harina de pescado superó las 800 000 toneladas en 2002, con un pico en 2004, cuando la producción superó 1 000 000 de toneladas. Desde entonces se ha producido un declive continuo, con una producción constantemente por debajo de las 400 000 toneladas desde 2013 hasta la actualidad.
Para complementar lo anterior, en la tabla 10 y la figura 7 podemos ver las cuatro principales líneas de procesamiento en un marco de 10 años, donde se observa un descenso en la producción de harina de pescado, con una reducción total del 29 %. En cambio, la producción de congelados aumentó un 48,5 % y la de productos frescos un 34 %. Mientras tanto, la industria de productos enlatados se mantuvo relativamente estable, pero con una disminución del 8 % en 2022 en comparación con 2017.
Reflexiones finales
Me gustaría enfatizar que la cultura y la tradición pesqueras preceden a las normas jurídicas en Chile. Sin embargo, es la ley la que genera la normativa y promueve la actividad económica. Como hemos visto, la ley actual es profundamente defectuosa en su origen. También intenta dar un giro de sostenibilidad a una actividad extractiva que, hasta la fecha, ha esquilmado la vida marina hasta el punto de que más de la mitad de las llamadas “pesquerías chilenas” (ecosistemas marinos con una rica circulación de especies) están agotados o devastados debido a la explotación.
Además, es fundamental destacar el carácter colectivo de la industria pesquera chilena, en la que participan tanto los trabajadores como los empresarios de los subsectores artesanal e industrial. Estos grupos utilizan la acción colectiva para movilizar demandas políticas y económicas contra el Estado, administrador de los “recursos hidrobiológicos”. Esta acción colectiva incluye grupos de presión, protestas urbanas y cabildeo en el Congreso Nacional y la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura.
La concentración de capital detrás de la industria es un factor definitorio que debe explorarse en detalle. Con cuotas de pesca que cumplir y beneficios que cubrir, las grandes empresas forman un oligopolio pesquero que va más allá del uso de buques industriales en aguas profundas. También dependen de flotas artesanales que sirven a los intereses de las grandes industrias, no solo de las comunidades locales de las que forman parte. Cabe mencionar que estas mismas empresas del oligopolio tienen inversiones, propiedad y participación accionaria en filiales científicas que promueven la investigación científica sobre el mar, sus ecosistemas, las especies y los métodos más adecuados para la pesca y la acuicultura.
En otras palabras, la concentración del capital empresarial implica también una concentración de las entidades científicas que generan conocimiento en favor de la eficiencia industrial, creando desigualdad en términos de acceso y desarrollo del conocimiento científico dentro de cada subsector. Esto es especialmente peligroso porque la ciencia y la tecnología se ponen al servicio de un grupo minoritario, dándoles un valor añadido a sus operaciones comerciales y posicionándolos estratégicamente por encima del resto de actores, tanto económicamente como en el cabildeo político. El conjunto de estos factores agrava el agotamiento de las criaturas marinas y la destrucción de los ecosistemas.
Paralelamente, el desarrollo técnico y empresarial del sector de la acuicultura es cada vez más preocupante. La cría intensiva de especies marinas tiene graves consecuencias, similares a la cría intensiva de mamíferos o aves en tierra. Se sabe que los salmones cautivos en centros de acuicultura son presa de parásitos marinos, y sus precarias condiciones de hacinamiento obligan a los empresarios a inyectar toneladas de antibióticos para garantizar una mayor tasa de supervivencia.
Sin embargo, los problemas aumentan. La contaminación del fondo marino y degradación del agua destruyen los complejos ecosistemas submarinos donde se instalan las jaulas de acuicultura. Igualmente, los escapes masivos de miles de peces de piscifactoría suponen riesgos para las cadenas alimentarias autóctonas de agua dulce y salada, ya que la piscicultura suele implicar la introducción de especies no autóctonas, exóticas o invasoras en comparación con la fauna local. A pesar de todo ello y reconociendo la gravedad del impacto ambiental de los centros acuícolas del sur y de la zona austral de Chile, se llevan a cabo experimentos con acuicultura multitrófica. Como consecuencia, presenciamos un avance tecnológico y una expansión territorial cada vez mayores.
Respecto a lo anterior, en mi opinión, existe una creciente indiferencia hacia la vida animal y vegetal marina. La intensificación de la pesca industrial y artesanal va de la mano de una narrativa basada en el progreso económico. El crecimiento de los centros de acuicultura representa una industria atractiva no solo para los empresarios, sino también para las comunidades costeras, rurales y meridionales. Lo ven como una oportunidad para lograr un mayor bienestar socioeconómico, pero esto también los acerca a las industrias animales explotadoras, lo que los lleva a integrar estas industrias en su cultura, sus vidas y sus identidades.
Recordemos que todos los actores implicados en la industria pesquera abogan por la conservación (por ejemplo, colaborando con fondos gubernamentales y gestionando centros de investigación). La tendencia mundial promueve la sostenibilidad como símbolo. Sin embargo, ambos conceptos se consideran inferiores al desarrollo económico, lo que lleva a la percepción “inevitable” de la vida animal y vegetal como “recursos” que deben utilizarse y explotarse en beneficio de los chilenos o de la economía chilena. Esta visión del mundo también es compartida por universidades, académicos y centros de investigación, incluso cuando pretenden incorporar una perspectiva ecológica en sus investigaciones.
Creo que contrarrestar la industria pesquera y acuícola en Chile implica abogar por la transformación de las actuales estructuras sociopolíticas, socioeconómicas y socioculturales de la región. Puede dividirse en dos grandes dimensiones:
Por un lado, es necesario concienciar sobre la degradación medioambiental, la explotación animal y la explotación de las comunidades humanas asociadas a estas industrias. Esto significa denunciar y condenar la explotación de los animales, los seres humanos y el medio ambiente. También implica la creación de plataformas educativas multimedia de alto valor estético y cultural, fácilmente accesibles a distintos grupos de edad. En el centro de estas plataformas está el valor moral de los animales y nuestras relaciones con ellos. Además, requiere identificar los territorios más vinculados y dependientes de estas industrias.
Por otro lado, al reconocer los retos de competir con industrias de explotación animal bien establecidas, debemos instigar un cambio cultural alineado con las perspectivas éticas y políticas. Esto incluye acciones como la organización de ferias locales de comercio vegano alternativo, actividades educativas, proyectos de financiamiento y presión institucional para que se invierta en agricultura e industrias alternativas emergentes. El objetivo es transformar las relaciones sociales, los sectores productivo y laboral, y nuestros patrones de consumo, fomentando la coexistencia para el bien colectivo entre las especies.